miércoles, 1 de febrero de 2012

Sweet irony.

No podía creérselo. Al contrario de lo que esperaba, las lágrimas no acudieron a sus ojos. Su pecho bajaba y subía con dificultad, apenas le llegaba suficiente oxígeno a sus pulmones, de repente terriblemente cansados de vivir. Aún no estaba muerta, es cierto, pero era un cadáver por dentro. No quedaba ni rastro de vitalidad dentro de aquellos ojos vacíos, que le hirieron cuando los posó sobre él. Tragó saliva lentamente, sin saber muy bien que decirle a continuación. Ya le había dicho cuanto podía en una situación como aquella. Ella le dio las gracias con monotonía, y se miró las manos, no con desolación, pues eso sería una emoción, sino con curiosidad, como si estuviera sujetando algo en lo que no se había fijado.
De pronto, y contra todo pronóstico, comenzó a reír. Primero, fue una risa suave, que se convirtió en una estrepitosa carcajada. Él dudó de su cordura, pero no podía culparla; ¿quién no habría perdido la cabeza en su situación?
Pero a ella poco le importaba ya lo que pensase aquel hombre que acababa de diagnosticarle su fin. Le hacía gracia la ironía que tenía la vida. No le había tratado bien en los escasos años que había vivido, y justo cuando creyó que nada podría ir peor, justo cuando los hielos en la carretera se habían cobrado la vida de sus padres y ella se había hecho responsable de su única hermana, justo entonces, el destino decidía enviarle una cesta de regalo en forma de cáncer terminal.

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