Pero cuando estaba en la cumbre de toda felicidad me asusté de la horrible distancia que me separaba del suelo, y tropecé, cayendo sin pausa y sola hacia el fondo del abismo, sin dejarte que me dieses la mano para sujetarme. No, te aparté de mi vida, me estrellé contra el suelo y me volví insensible.
Me levanté de nuevo, sí, y mientras tú me suplicabas que te dejase ayudarme hice oídos sordos a tus gritos, y continué mi camino por mi cuenta. Me recuperé. Mis huesos rotos dejaron de estarlo, mi magullado corazón volvió a latir para ti, mi antiguo yo murió en aquella caída y sólo quedó esta nueva versión de mí, mucho más segura de mí misma, mucho más sabia, mucho más capacitada.
Y vuelves a formar parte de mi mundo, ahora sin peros ni miedos.
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