jueves, 26 de enero de 2012

Here we go again.

Es difícil entenderme, créeme: lo sé. Soy el tipo de persona que encaja en cualquier lugar; no importa dónde me eches, siempre flotaré. El caso es que aunque encaje en cualquier lugar, aunque no me lleve especialmente mal con nadie, aunque soy feliz tal y como soy, no pertenezco tampoco a ningún lugar en concreto. No tengo amigos como los de todo el mundo, mi mejor amigo es la persona que me ha amado durante dos años, y a quién seguiré amando durante el máximo tiempo posible; pero a parte de él, ¿quién se preocupa por saber cuándo sufro?
Apuesto a que nadie se creería que en este mismo momento mi vida se cae a trozos, que estoy luchando contra vientos y mareas por recomponer las piezas que me arrebatan, que vuelco todo lo que soy en tantas y tan diversas actividades para evitar pensar en mi dolor. Apuesto a que todos se tragan esa actitud despreocupada e ingenua, esa sonrisa imborrable de mi rostro que se esfuerza tanto por ocultar toda esa oscuridad que a veces olvido que es falsa. Odio parecer débil, porque soy de todo menos eso; así que simplemente me engaño incluso a mí misma tanto que acabo creyendo que no me duele de verdad. ¿No dicen siempre que si finges algo el tiempo suficiente acaba cumpliéndose?
Sí, el dolor ajeno suele sernos demasiado lejano, demasiado intangible como para pararnos dos veces a pensar en él. Y, en mi caso, prefiero que sea así. Prefiero tragarme el dolor, aunque me haga heridas en la garganta, a soportar el inacabable parloteo de chicas que lloran cuando el chico que conocieron la noche anterior les da calabazas, o de chicos que no dejan de alardear cuántos kilos levantarán esa tarde en el gimnasio.
No me contéis vuestros problemas, y yo no os contaré los míos.
Supongo que por eso no termino de encontrar mi lugar. No vivo en el mismo mundo que la mayoría de la gente.

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