miércoles, 3 de noviembre de 2010

Hell.

Desde que tengo uso de razón, he imaginado lo que me ocurriría cuando muriera. Siempre ha sido algo que me ha matado de curiosidad. Cuando era más pequeña, supuse que iría al Cielo, como decían mis padres, y sería uno de los millones de ángeles que había.
A medida que fui creciendo, comencé a dudar si ese sería un buen lugar para mí.
El Limbo me parecía más correcto. Un lugar solitario, silencioso, estable, donde las almas vagaban sin rumbo fijo. Me parecía más posible, pero no del todo perfecto.
Luego crecí. Maduré. Sufrí. Maté.
El Infierno se convirtió en el lugar idóneo para alguien como yo.

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