martes, 26 de abril de 2011

The sweetest gift.

Las suaves plumas de quien me lleva acolchan el camino hacia las alturas.
Jamás creí en Dios, así que no entiendo muy bien qué es lo que ocurre.
Tengo los ojos abiertos de par en par, pero nada entra por mi retina, nada con lo que mi cerebro pueda formar una imagen. Mi portador tampoco aparece registrado, así que sólo veo una intensa luz blanca y nada más.
Ni siquiera yo misma consigo verme, y eso que estoy segura de que tengo las manos extendidas ante mí.
Siento mucho tener que dejarte. Ahora que lo recuerdo, prometí no hacerlo nunca.
Siento tanto tener que abandonarte...
Lo mejor que haces en tu vida, es tan sólo amar y ser amado de vuelta.
En mis escasos años de vida he aprendido que es completamente cierto, y a la vez doloroso. No quería irme, no me habían amado el suficiente tiempo. Necesitaba sentirte, sentir tu amor palpitar a cada latido de corazón.
Mi corazón latía por ti. Y el tuyo por mí.
Ahora tengo miedo de encontrarte en este nuevo lugar al que me llevarán.
Mis ojos vuelven a sentirse pesados, tratando de cerrarse.
Lucho contra la sensación de caer, pero no puedo.
Me aferró un instante más al mundo para abrir los ojos de mi cuerpo, mirarte fijamente a ti, que sollozas junto a mi camilla de hospital, y susurrar a tu hermoso rostro conmocionado:
-Gracias.
Ahora, puedo irme en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario